17 dic 2011

31 de marzo de 1890



Esa noche dormí bien, las huellas eran de Amani, pero también había otro lobo. Habíamos encontrado pelaje de color gris junto a las huellas. Me levanté con los primeros rayos de sol, seguido por Nakki, y me fui a ver a Suka.

La encontré sentada a lo alto de una colina, mirando la luna con nostalgia.

-          ¿Preparados, chicos?

-          Sí.- respondimos los dos al unísono.

Caminamos de nuevo por el bosque, encontramos las huellas y las seguimos, con el hocico a ras de suelo y las orejas en alto.

-          ¿ Nakki? ¿ Suka? ¿ Zar?

Levanté la cabeza y ví un lobo acercándose a mí.

-          ¡¡Amani!!

Me lancé hacia él  en pocos segundos ya nos estábamos revolcando, infatigables, sobre la húmeda hierba.

-          ¿ qué te ha pasado?

-          Conocí a otro lobo sin manada, estuve con él para ver si era buen tipo y sí, lo es.

-          ¿ pero no podrías haberle dicho que fuera a ver al jefe y ya está?

-          Rasha no quiere admitir nuevos miembros, no le gustan los extranjeros.

-          ¿ y que vas a hacer?

-          Lo llevaré ante Rasha, si estoy yo para decir que no nos traerá problemas, me creerá y lo aceptará.

Un lobo de pelaje gris plata salió desde los follajes y nos miró con sus dos grandes ojos dorados.


30 de marzo de 1890

Hacía ya dos días que Amani no venía, era medio dia y toda la manada estaba excitada. Me adentré un par de veces en el bosque pero no encontré nada. Me acerqué a los lobeznos de Annoha. Sabith, el más grande de todos e idéntico a mi, salvo por el carácter no me caía muy bien, Andra, en cambio me caía bien. Era despreocupado, pero algo frío. Pero Zafia… Ella era todo un ángel. Ojos azules, pelaje canela claro, era la envidia de todos los adultos, pero mi madre lo disimulaba bien, estaba orgullosa de nosotros, de Amani y de Suka. Mi padre era otra historia, lo habían echado de la manada antes de que yo naciera y nadie lo recordaba.

-          Sabith…- me acerqué a él, era la única persona a la que no había preguntado sobre l paradero de Amani ( y Suka me había insistido para que hablara con él)- ¿Tu sabes donde está Amani?

-          ¿ Tu hermano? ¿ El que tiene ese pelo rojizo tan raro?- se rió de mi, pero intenté no mostrar lo que  me irritaba.

-          Sí. El del pelo raro.

-          No, no lo he visto, cola rayada.- me fui de ahí y, detrás de unos árboles, me encaré con un arbusto y le arranqué unas ramas. Odio que me llamen así. En la punta de mi cola, hay tres rayas negras verticales, que recorren el hueso final de la columna vertebral. No era muy común entre los lobos esa marca y Sabith se

reía de mi por eso. Salí del bosque y busqué a Suka. La encontré cerca del rio que cruzaba las colinas.

-          Suka. Sabith no sabe nada. ¿Volvemos a buscar en el bosque?

Para toda respuesta, se levantó y entró en él. Le seguí, buscando alguna pista en el suelo. Olí algo extrañó y giré a la derecha.

-          ¡SUKA! ¡mira! ¡Hay huellas!

28 de marzo de 1890

            Me levanté aquella mañana con legañas en los ojos. Mi hocico olió la carne fresa del día anterior y salí medio dormido de la madriguera. La luna llena aún brillaba en el cielo pero el sol empezaba a salir por las montañas. Me tambaleé entre los árboles y me senté cerca de una conífera. La hierba estaba húmeda y miles de florecillas blancas pintaban la estepa. Vi una sombra entre los matorrales, una sombra gris. Me levanté, alerta, con las orejas en alto.

-          ¿Zar?¡Zar! estás ahí, bicho. ¿ Dónde te habías metido?

Me giré y vi como mi hermano Amani se acercaba a mí. Se restregó contra mi pecho y clavó su mirada en mis ojos dorados.

-   Mamá está preocupada. Es la segunda vez que salen solo y aún eres un canijo.

-    ¡Yo no soy un canijo! Ya soy mayor, solo me faltan dos meses para aprender a cazar.

-    Sigues siendo un enano.

Se giró y empezó a trotar  en dirección a la madriguera, pero yo no me moví.

-          Zar… ¿Por qué te quedas ahí plantado? Ven.

-          Es que… Amani…

Se acercó a mi y me miró con curiosidad.

-          Eres un poco raro, hermanito. ¿ Que pasa?

-          He visto algo… Una sombra en el bosque. Un lobo gris, creo.

-          Será Lazan.

-          Pero él tiene el pelo blanco…

-          Siempre lo lleva sucio y parece gris, créeme.

-          Pero… No olía a Lazan.

-          Ya empezamos con el olfato… Ves con mamá, yo miro a ver que es.

-          Gracias.

Me fui a la madriguera con los pelos erizados, al galope.

27 de marzo de 1890

El sol ya se alzaba en lo alto cuando nuestra madre  nos llevó a lo alto de una colina. Desde allí, los seis lobeznos de la tribu asistiríamos a una cacería, y no una cualquiera, sino la de nuestros hermanos.

            Abajo, en el valle, los lobos de nuestra manada se preparaban para la gran caza de ese día. Annhoa y Rasha estaban al frente, escondidos entre los matorrales, atrás estaban Suka y Amani, tumbados en el suelo y moviendo la cola con impaciencia. Fagnor y  Kaisha estaban a la derecha, un poco elevados, y Lazan y Akela (nuestra madre), a la izquierda, eran los encargados de separar a una cría o algún reno herido del grupo (para algo debían de servir los lobos más rápidos de la estepa).



            Los lobeznos de Annhoa gemían nerviosos, pero no apartaban la vista de su padre y su madre, y mis hermanos jugaban desinteresados en un rincón. Yo era el único que no se movía ni emitía ningún sonido, parecía estar como envuelto como par una pared invisible, solo podía ver los ojos de la Hembra dominante, tan siniestros… En el fondo de plata de su mirada había un brillo fantasmal y salvaje que haría temblar de miedo al lobo más fuerte de Rusia. Rasha  levantó el hocico, husmeó el aire y aulló, rasgando el silencio que se había apoderado del valle.

            Los lobos comenzaron a correr con la mirada fija en un solo punto. Mi madre y Lazan se adelantaron y consiguieron dividir el grupo. Desde lo lejos, Amani vio uno de los animales salirse del rebaño y corrió hacia él, seguido de Rasha, Suka, Annhoa y Kaisha. Después todo fue muy rápido, tres o cuatro lobos se tiraron encima del animal exhausto y lo inmovilizaron en el suelo. Ya teníamos comida para varios días asegurada.

26 de marzo de 1890

Hacia ya diez semanas que habíamos nacido y ya éramos unos lobos jóvenes y grandes. El sol no había salido aún pero yo ya estaba despierto, la nieve se derritió a finales de febrero y mamá nos prometió que saldríamos de la madriguera . Estaba tan impaciente que no había pegado ojo en toda la noche y aún debían faltar unas horas para el amanecer. De pronto, vi una sombra blanca entre los árboles. Me levanté y, haciendo acopio de todo mi valor, me dirigí hacía la arboleda. Entonces descubrí a Annhoa sentada en el suelo y junto a ella, un jabalí muerto.

      La miré con mis ojos dorados teñidos de miedo y ella me devolvió la mirada. Tenía el hocico y sus garras manchados de sangre (seguramente del jabalí) y un trozo de carne en la boca. Temblando como un bebé, me giré y fui corriendo hacia mi madriguera.

            Cuando entré, mi madre se levantó y me dirigió una mirada entristecida y preocupada. Tiritando, me acerqué a ella y me apreté contra su pecho, cansado y excitado, esperando el amanecer.
Me despertaron mis hermanos, impacientes, cuando el sol ya se alzaba un poco sobre los árboles. Todos con el corazón lleno de alegría, salimos a tropezones del agujero, siguiendo a nuestra madre. El sol bañaba el valle y era el mejor día para conocer el resto de la manada. No era muy numerosa porque el invierno había sido duro y muchos habían muerto pero sí que teníamos un gran territorio.
             Nuestra madre nos llevó a un lugar apartado donde una hembra y un macho jóvenes descansaban al sol. Nos miraron los dos a coro y mi madre se puso frente a nosotros:

-          Estos son vuestros hermanos, Suka y Amani. Los dos nacieron hace tres meses y mañana participarán en su primera cacería.
-          ¿Que tal chicos?- dijo Amani acercándose  a ellos con aire divertido- ¿ vendréis a vernos?
-          Sí! Claro que sí!

Después de disfrutar unas horas con nuestros hermanos, seguimos nuestro camino. La manada estaba compuesta por dos lobos ( Fagnor y Lazan), una loba (Kaisha) y tres cachorros más ( Sabith, Zafía y Andra) .
      Los lobeznos eran hijos de Annhoa y Rasha; Sabith y Andra eran dos machos pardos como su padre y Zafía era de color canela claro y tenia los ojos azules como dos zafiros, de ahí su nombre.

-          Mama, ¿ una hembra que pertenece a una manada puede cazar sola?- pregunté yo al acordarme súbitamente de Annahoa.
-          Sí, si tiene suerte puede cazar una presa sola pero si no la comparte con la manada  será mal visto en su tribu y tendrá que marcharse si teme que la maten.
-          ¿Y si es ella es la que manda en la tribu?
-          ¿A que vienen esas preguntas, Zar?
-          Nada, es que se me ha ocurrido que…
-          Ningún lobo haría tal cosa, por muy rufián que sea.




17 sept 2011

12 de enero de 1890

Fuera nevaba suavemente y el bosque estaba teñido de blanco. Hacía apenas una hora que había nacido y yo y mis dos hermanos ya contemplábamos el crepúsculo por la puerta de la madriguera.

            Aquella misma mañana, nuestra madre, Akela, nos había tenido a los tres. Tres machos, para ser exactos. Nakki era el más pequeño – por cinco minutos-, era negro como el carbón y tenía una mancha blanca en la frente; Ukko era el mediano, blanco como la nieve del exterior y yo soy Zar, un lobo de pelaje pardo.

            Los tres correteábamos por la madriguera esperando el día en el que podríamos salir  al bosque, aprender a cazar y correr con las demás crías por los prados.

            El jefe de la manada era Rasha, un lobo pardo con marcas negras alrededor de los ojos y en la frente y la hembra dominante era Annhoa, igual de blanca que mi hermano. Aquel día ella pasó varias veces por la puerta, había tenido crías hacía unos meses y iba a alimentarlos. Una de esas veces, paseó su mirada por la cueva y sus ojos plateados como el resplandor de la luna se clavaron en los míos. La loba se paró y me observó durante unos eternos segundos. Pasado ese tiempo, giró la cabeza y trotó hacía la montaña…